domingo, 26 de junio de 2011

Ser mujer en un sindicato


No elegí el sexo con el que nacer. Sin embargo, ya en los primeros años de vida, fui perfectamente consciente de la diferencia entre nacer hombre o mujer, y podría resumirse, a mi entender, de una manera muy básica: la vida se hace mucho más cuesta arriba para ti, si eres mujer.

En general, el entorno familiar, el educativo, la sociedad, el mundo... En particular, tus padres, tus profesoras y profesores, las amistades, la televisión y un largo etcétera. No hay culpables pero sí reproductores inconscientes de los mismos roles y estereotipos de siempre.

Todo, la cultura patriarcal, la educación conservadora, el paternalismo, todo eso, que es global, se traduce en lo concreto: si eras niña, antes de salir a la calle, debías ayudar a tu madre (que no a tu padre) a las tareas del hogar, un trabajo sin retribuir que ellas nunca eligieron.

Si había niños en casa siempre estuvieron exentos de estas responsabilidades, ya por entonces disponían de más tiempo para el estudio y el ocio, más tarde para desarrollarse profesional y personalmente...

Ya en la etapa laboral, supongo que mi tendencia a rebelarme ante las injusticias y el hecho de sufrirlas en mi propio entorno de trabajo me llevó a tomar contacto con el sindicalismo, ajena por completo a lo que se me venia encima: el patriarcado sindical.

Comencé a trabajar para mis compañeras y compañeros. Pronto descubrí quién marcaba las pautas y manejaba el “cotarro” en este interesante y nuevo espacio: ellos.  

Las relaciones laborales estaban y continúan estando masculinizadas. En la parte social de las mesas de negociación, es decir por los sindicatos, se sientan nuestros compañeros. En la parte económica, es decir, las empresas, los directores de relaciones laborales, de recursos humanos siguen siendo... ellos.

Desde la primera vez que conseguí participar en una mesa de negociación, allá por el año 2002, fui ninguneada con teorías impresentables sobre mi inexperiencia, mi actitud, las técnicas... Con el tiempo la cosa ha cambiado, pero si en mi lugar se hubiera sentado un hombre a negociar, le hubiera costado, y le costaría todavía ahora, mucho menos de lo que me suele costar a mí.

A esto habría que añadir la actitud de otras mujeres que, para sobrevivir, han optado por la solución más fácil: reproducir el rol masculino, abandonar la lucha y postergar la ineludible y urgente necesidad de poner a la mujer dentro del sindicato en el lugar que le corresponde. Algo para lo que a mi juicio, todavía nos queda mucho trabajo.

Me niego a masculinizarme.
Tampoco es que quiera feminizar a mis compañeros, pero sí al sindicato.
Estar en el mundo de hoy exige que no aplacemos esto por más tiempo.


APL