Madrid
es una de esas ciudades en las que, a pesar del ritmo trepidante de sus calles
y la intensa actividad que se respira, una siempre es capaz de encontrar
un momento de paréntesis y un espacio para la reflexión. Mi paso por aquí es en
esta ocasión con motivo del 41º Congreso Confederal de UGT. El hecho de
asistir a él solo como invitada me ha permitido espacios de
“spare-time”, como dirían los ingleses.
Y
es así como, ironías de la vida, me he topado de bruces con la “hiperrealidad”.
No ha sido gracias al fin último de mi estancia estos días en Madrid, sino a una visita casual al museoThyssen.
La
exposición “Hiperrealismo1967-2012”
es como llevar la vida entera siendo miope de campeonato y que, de repente, te
coloquen unas gafas graduadas. La voluptuosidad reflejada en las obras, el
volumen casi insolente de las imágenes, la textura de unos colores que parecen
gritar, todo en su conjunto, llega a ser casi una invasión a la zona de confort
de cualquiera que las observe.
El
hiperrealismo, movimiento que surge a finales de los sesenta en Estados Unidos, consiste
en trasladar al lienzo con una nitidez brutal una imagen fotográfica que,
generalmente inmortaliza momentos cotidianos, detalles del día a día.
Se
me pasan tantas cosas por la cabeza al observar esta exposición. Hay tantas
realidades que a medida que transcurren los días van sobredimensionándose ante la miopía interesada
de algunos...
Especialmente
preocupante es la realidad aumentada que está ocurriendo en los centros de trabajo y en
las oficinas de INEM.
APL.
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