martes, 16 de agosto de 2011

¿Osaría hoy la “Papisa” Juana calzar zapato de tacón rojo?



La inminente visita del papa Benedicto XVI  a España está suscitando estos días multitud de opiniones encontradas y, a mi entender, demasiada tensión. Como soy de las que piensan que nada mejor que una buena dosis de humor parar minimizar impactos y rebajar tensiones, no he podido resistirme a redactar esta entrada para mi blog  personal.  Eso sí, sin renunciar, a ese análisis crítico y con perspectiva de género del que difícilmente puedo o quiero desprenderme como fémina comprometida con la igualdad.

…...Érase una vez una mujer valiente y osada cuyo atrevimiento fue tal que llegó a desafiar a la propia Iglesia Católica en pleno siglo IX (XII según otras versiones).

Cuenta la leyenda que el propio Benedicto III fue literalmente Juana. Era hija de un monje y, aunque criada en el ambiente, “salió rana”. Y es que, al parecer, la suplantación de su identidad sexual, motivada en un principio por el deseo de seguir a su amante estudiante, posteriormente acabó convirtiéndose en una forma de vida.

Y es así, como la mujer, disfrazada de hombre, gozó de placeres y privilegios semejantes a los reservados a la clase “varonil eclesiástica”. Benedicto III o, lo que es lo mismo, Juana I y última, tuvo acceso a los mejores estudios, viajó por distintos lugares, visitó ciudades como Constantinopla, Atenas o Roma, pernoctó de monasterio en monasterio, se codeó con grandes personajes de la época y hasta llegó (siempre fingiendo ser un hombre) a ganarse la confianza plena de León IV, a quien, tras su muerte, sucedió en el papado.

Pero la “papisa” Juana I y última o el “mamiso” Benedicto III, comenzó a cavar su propia tumba en aquel preciso momento en que no fue capaz de abstenerse de uno de los siete pecados capitales: el deseo hacia el placer carnal, tan presente en ese entorno  inmaculadamente casto y divino como en cualquier otro terrenalmente impuro.
Ya fuere porque se perdió aquella lección, ya fuere porque fue víctima de un ataque de ultramodernismo impropio de la época, ya fuere (cosa que me apetece más pensar) porque le dio la real gana y así lo decidió…
El caso es que Juana se embarazó de un embajador de la época y, cuentan que, en plena procesión del Corpus, se puso a parir.

Aquello era imperdonable, demasiado para la época y para la institución a la que nos referimos. Debió ser vivido como una vergüenza, una osadía y un escándalo (algo similar a lo que muchas personas sentimos hoy hacia la pederastia, por ejemplificar).  Juana I y última fue lapidada, mientras Benedicto III, probablemente, hubiera seguido disfrutando de la vida, como buen varón.

Eso sí Juana dejó su huella en forma de un simpático presente para los años póstumos. Un útil artilugio, que la Iglesia creó y sacó gran rentabilidad, concretamente cada vez que tocaba relevo papal. Desconozco si actualmente se sigue utilizando incluso si ha sido usado durante la reciente llegada al papado del actual Benedicto XVI. Se trata de una silla perforada (conocida como silla curial), que impedía que se les volviese a tomar el pelo de tamaña manera. Mediante tal artilugio se procedía al ritual para verificar la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico era el encargado de manipular los atributos sexuales del nuevo pontífice, y tras confirmar que todo era conforme a lo correcto, exclamaba (ignoro también si a modo de cántico) “duos habet el bene pendentes” (tiene dos y cuelgan bien)……

La leyenda de Juana la papisa, por lo controvertido del asunto, ha sido objeto de numerosas investigaciones, estudios y artículos de opinión (algunos de cuyos enlaces más interesantes adjunto a esta entrada). Las versiones que parecen tener mayor rigor y han servido de base a todo lo investigado posteriormente son las de los cronistas dominicos Martin de Opava (siglo XII) y la de Jean de Mailly (dominico del convento de Metz) que data del año 1255.

Sobre el debate de si historia real o leyenda, merecería la pena hacer un breve repaso al posicionamiento que la iglesia católica mantiene frente a cuestiones que forman parte de la vida real en este mundo terrenal como la homosexualidad, el avance en derechos y participación pública de las mujeres, matrimonios entre personas del mismo sexo, la maternidad elegida desde “la soltería”, la transexualidad o el uso del condón. Tampoco debe pasarse por alto la actitud mantenida por la citada institución frente a los numerosos y escandalosos casos de pederastia entre sus filas, casos, que, lejos de ser condenados, denunciados y erradicados, son “tapados bajo un manto” y sus responsables reordenados geográficamente. Me inclino, personalmente, entonces a pensar que el caso de la papisa Juana pudiera haber tenido algo de historia real transformada de manera interesada en leyenda.

Realidad histórica, mito o leyenda, la verdad es que con semejante perfil, tales “reaños” y tanta insolencia o frescura, me temo que los zapatitos de Benedicto XVI iban a quedar más que ridículos frente a los taconazos que, en los tiempos que corren, probablemente calzaría Juana y haría repiquetear sobre el suelo de mármol de la Santa Sede.

APL



LA LIBERACIÓN DE LA MUJER,
ALGO QUE LA IGLESIA CATOLICA NUNCA SOPORTÓ



APL