domingo, 9 de febrero de 2014

Mujeres "de poder prestado" en la izquierda


Hace tiempo que vengo pensando en abordar un tema que intuyo algo tabú en el mundo del feminismo. Nos cuesta mucho reconocer que la maravillosa “cuota de género”, esa que tanto nos ha hecho avanzar, está siendo utilizada de manera perversa. Cuesta denunciar que hay mujeres que, lejos de aprovechar su llegada al poder para cambiar las cosas, lo hacen para seguir al pie de la letra el mandato patriarcal y así prolongar un modelo que, a estas alturas de la película, ha evidenciado no responder a nuestra principal necesidad: alcanzar la igualdad real y participar en los espacios donde se decide para transformarlos en espacios con un mayor equilibrio, con distintas perspectivas y donde no exista hostilidad hacia ninguno de los dos sexos.
Corría el mes de de diciembre de 2011 cuando, dados los obstáculos con que me topaba en mi trabajo diario, andaba dándole vueltas en mi cabeza a este tema. Me preocupaba esta realidad principalmente en las organizaciones de izquierda, que han sido quienes realmente ha provocado los mayores avances en este país. Me topé por casualidad, en la red, con el que, hasta hoy, me parece el artículo que denuncia de la manera más clara esta realidad. En “Feminismo en los partidos y mujeres excusa”, Beatriz Gimeno describe al detalle y de manera valiente lo que muchas mujeres, que hemos ocupado cargos de responsabilidad en alguna organización, hemos vivido y padecido.
Resulta difícil manejarse entre continuas contradicciones como las que se dan en las estructuras de poder, pero lo que de verdad resulta complejo es, darle la vuelta al espejo y mostrar a “los poderosos” la imagen que éste les devuelve. Denunciar en el interno de estas instituciones que las actitudes no se corresponden con el discurso con que muchos se llenan la boca, eso es letal en política.
Tiene todo esto mucho que ver con la crisis que en la actualidad atravesamos, ésta ha evidenciado las contradicciones del sistema, contradicciones que provocan una gran desafección en una ciudadanía muy castigada que exige instituciones más auténticas y transparentes. Para ello además reclaman una mayor participación que sólo será posible tumbando organismos excesivamente verticales y forzando una mayor horizontalidad, acercándolos a las personas.
Y centrándome en el tema que quiero abordar en este artículo, la discriminación por razón de sexo, ¿resulta lógico, por ejemplo, que una organización sindical de clase, entre sus tareas relacionadas con la igualdad entre géneros, trabaje por la implantación de planes de igualdad en las empresas? ¿Es loable el trabajo que se hace en el seno de la negociación colectiva por romper el techo de cristal, la segregación ocupacional, la brecha salarial, el acoso sexual, etc.? Lo es y mucho.
Pero no tiene ningún sentido, ni resulta lógico o ponderable que, cuando observamos y analizamos estas estructuras sindicales, nos encontremos con una realidad como la denunciada en el artículo “Los sindicatos mayoritarios suspenden en materia de igualdad” publicado el pasado 23 de agosto de 2013 en eldiario.es.
Es una realidad que en el seno de gran parte de las organizaciones e instituciones actuales, sigue existiendo sexismo. La segregación horizontal es muy visible, las mujeres son aglutinadas en responsabilidades donde el ejercicio del poder es escaso (lejos de las cuentas y del poder organizativo), por lo general suelen atender espacios más relacionados con lo “social”. Por otro lado y, lo que de verdad es más que visible, yo diría pornográficamente visible, es la segregación vertical o el más conocido techo de cristal. Los líderes son masculinos. El patriarcado político-sindical-institucional se resiste con uñas y dientes no sólo a abandonar el poder, también al simple hecho de compartirlo.
Y aquí entra la contradicción. ¿Qué hacen nuestros líderes cuando han hecho suyo –al menos estéticamente- mensajes del movimiento feminista, reiterando una y otra vez las proclamas de la lucha de tantas mujeres en sus discursos?  ¿Qué hacen cuando, tras ser aceptadas por la opinión pública tan razonables reivindicaciones empiezan a sentir que éstas se acercan peligrosamente y les toca a ellos rendir cuentas? ¿Qué hacen cuando tocan los hechos y no las palabras? Porque está claro que un político o un dirigente “de pura cepa” no puede permitirse entrar en contradicción y quedar en evidencia.  Nada mejor entonces, que echar mano del ingenio y nada tan recurrente como una chistera. Y voilà, como por arte de magia aparece la “mujer excusa”.
Es así como, “el macho dominante” (que diría Felix Rodríguez De La Fuente) vuelve a la carga, urde una nueva y salvaje estrategia para seguir aferrándose a ese suculento espacio llamado “poder” y salvar “los obstáculos de la civilización”.
Pelear dentro de cualquier estructura de poder por el espacio que debieran ocupar las mujeres, y que aún no ocupan es una batalla campal, algo verdaderamente agotador. Pero a la vez enriquecedor, cuando una participa directamente en este tipo de espacios termina haciendo algunas reflexiones y observaciones que identifican perfectamente estas conductas machistas. Ponerlas en común con otras mujeres que pasan por lo mismo en otros espacios y con hombres cuya tolerancia hacia la desigualdad es cero, debería ser el principio de la solución.
Algunas de las pistas que delatan estos comportamientos son, por ejemplo, la alta rotación de las mujeres en los puestos de dirección, independientemente de la responsabilidad que se tenga. Salvo excepciones, ninguna mujer se consolida como una gran lideresa, aunque sea en “su negociado”. Es decir, la cuota se cubre pero sustituyendo unas mujeres por otras, como si de un kleenex se tratasen, con el único objetivo de que no consoliden, para así no tener que compartir espacio. Son pocas las mujeres que podemos recordar en primera línea de la política, del sindicalismo o de la propia historia de nuestro país, mientras muchos son los incuestionables y empoderados “barones”. Ésta es una de las formas más claras de pervertir la cuota, pues se mantienen los porcentajes numéricos de las éstas, pero la impronta de la mujer, la forma distinta de analizar y gestionar nunca llega a consolidarse pues no se nos permite ni siquiera llegar a conocer con una mínima profundidad el terreno de juego.
Por otro lado existen mujeres que sí permanecen. Si observamos estos casos, en muchos de ellos se trata de mujeres que jamás cuestionan al líder o alguna de sus decisiones. Saben que les va la vida en ello, al menos la vida política. Terminan siendo sumisas con ellos e implacables con las insumisas. Algunas llegan a desempeñar vergonzantes papeles prestándose incluso a ser títeres del verdadero poderoso que se esconde detrás del escenario. Por no ahondar en ejemplos que he vivido muy de cerca de mujeres que llegan a reproducir en política ese “rol de cuidadoras” que durante tanto tiempo se nos ha asignado en el espacio privado. Llega a ser lamentable el papel obstaculizador que algunas mujeres llegan a desempeñar bajo una “pose” de feminismo.
Son muy pocas, las mujeres que a lo largo de la historia han llegado a puestos de relevancia politico-social desde su independencia, su diferencia de opinión o su autonomía. La clave está en que son ellos y sólo ellos quienes deciden a quien “poner”. Siguen escogiendo ellos, la mayoría de las veces a otro ellos, en contadas ocasiones eligen a una mujer. Por lo general lo hacen cuando las circunstancias ya los condicionan y se ven forzados, entonces, insisto, tiran de la “mujer excusa”, siguen manejando los hilos ellos mismos sólo que bajo la estética de una mujer.
Ciertamente hemos conseguido que más mujeres lleguen, pero si las que llegan lo hacen sin reconocer el trabajo que muchas otras hacen, sufriendo represalias continuas, para que precisamente ellas estén ahí, entonces hemos hecho, como se suele decir, “un pan como una hostia”.
Así que, una vez diagnosticados los problemas es necesario poner en marcha medidas que permitan corregir estas desviaciones que, aunque son sutiles en su estrategia, también son letales para el objetivo real, la igualdad verdadera.
No sé si la idea de partidos políticos o sindicatos de mujeres sería buena pues podría de alguna forma evitar la convivencia, compartir espacios y además podría terminar generando aislamiento o mundos paralelos. Pienso que se deben seguir peleando los derechos en el mismo espacio aunque, por el momento sea en situación de desventaja.
Quizás la cuota debería dar un paso más allá y pasar de ser sólo “cuantitativa” a ser también “cualitativa”. Debe existir una mayor sensibilidad hacia las desigualdades que padecen las mujeres en estos órganos, para ello la formación en igualdad en el seno de los partidos y sindicatos es imprescindible. Deben incorporarse a la dirección hombres y mujeres que verdaderamente crean en la igualdad entre sexos y en la ideología feminista. La teoría feminista, por mucho que se intente denostar, ha conseguido logros de muy transcendentales a lo largo de la historia y las organizaciones de izquierdas no pueden permitirse el lujo de dejarla de lado mientras pretenden abanderar la igualdad de clases o la defensa de las personas mayores dificultades. A eso se le llama cinismo.
“Que la mujer trabaje para ganarse la vida, o hasta para redimir su dignidad, bien; pero que la mujer trabajando pretenda elevarse intelectualmente tanto como el hombre, esto es lo que muy pocos todavía entienden por aquí”.
Margarita Nelken.
“La condición social de la mujer en España”, 1919.


APL

lunes, 3 de febrero de 2014

La historia de un tren llamado Libertad

Corría el año 2014 en una Europa desolada, secuestrada por malos gobernantes y presa de un capitalismo salvaje que campaba a sus anchas por casi todo el territorio. El viejo continente que fuera referencia de conquistas sociales y fiel garante de libertades y derechos estaba irreconocible.

Conflictos y emociones que quedaron sin resolver aquellos lejanos años de guerra, asomaban de nuevo como luces intermitentes que anunciaban un giro inminente. Las viejas doctrinas neoliberales habían permanecido en el subsuelo político y económico hasta saltar como una mina que estalla a la superficie. Se valieron de una democracia tocada, una política desprestigiada y unas instituciones noqueadas.

Entre los países más castigados, como siempre, los del sur. Allí la gente empezaba a salir de sus casas para protestar, se produjeron revueltas y enfrentamientos callejeros que, en muchas de las ocasiones, dejaron personas heridas de muerte.

Al sur del sur europeo estaba España, un reino que sufría las consecuencias de cinco años consecutivos de crisis económica. A diario había desahucios, altísimas tasas de paro que llegaron a alcanzar el 25% de la población, cierre masivo de fábricas y empresas, la asfixia económica de familias enteras hizo caer por los suelos los niveles de consumo, el deterioro y privatización de servicios básicos públicos, como la sanidad o la enseñanza, estaban a la orden del día, incluso subieron los índices de suicidio.

La decepción del pueblo español con la izquierda política había propiciado, años antes, unas urnas con demasiada proporción de sobres azules, que se tradujeron en un gobierno liderado por el conservador Partido Popular. Un partido que aglutinaba prácticamente a toda la derecha, desde la más moderada hasta la ultraderecha descendiente directa del gobierno de la dictadura del General Franco. Los patronos y la Iglesia Católica, como antaño, tenían alta cuota de representación en los ministerios. Y cuando llegaron al poder absoluto, metieron en un cajón el programa electoral con el que consiguieron engañar al pueblo en las fatídicas elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, e iniciaron una trasformación ideológica del país, una verdadera regresión. Cuando los habitantes del reino se vinieron a dar cuenta a España ya tampoco la reconocía ni dios.

Un buen día se produjo uno de esos hechos que terminan desencadenando una enorme reacción ciudadana. Y fue que, al entonces Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, no se le ocurrió otra cosa que  tocarles los ovarios a las mujeres.

Quiso este ministro, de estirpe cercana al franquismo y educado en una estricta y profunda moral católica, meter las narices allí donde no le llamaban, en la maternidad y la libertad de las propias mujeres a elegirla. Se afanó en imponer una ley que convertía el derecho de las mujeres a la interrupción legal del embarazo en un delito que podría ser despenalizado sólo en algunos casos muy restringidos y específicos, entre los que no se contemplaban ni siquiera el caso de malformación del feto.

La sociedad española tenía una larga trayectoria patriarcal que nunca consiguió superar del todo. Las mujeres que trabajaban, lo hacían en una situación de inferioridad económica, de menor estabilidad y con unos riesgos importantes de perder el empleo, precisamente cuando elegían ser madres o disfrutar de algún derecho derivado de la maternidad.
Las que no trabajaban, soportaban las cargas familiares cada día con menos ayuda por parte del estado, y estiraban como el chicle los escasos ingresos que entraban en casa para poder sobrevivir. La asistencia a personas con dependencia y la educación de los hijos se habían convertido en un lujo. Las becas de estudio se habían casi eliminado, mientras el material escolar y las matrículas subían cada vez más. El precio de la luz y hasta el de la bombona de gas estaban ya por las nubes.

Tenían además otros problemas verdaderamente graves que superaban los laborales o económicos, sufrían la violencia machista. Más de 700 mujeres habían sido asesinadas durante la última década.

Aburridas, hartas, cansadas, e indignadas, las intenciones del Ministro de Justicia fueron la gota que colmó el vaso. Eran conscientes además de que no tenían capacidad de decisión en una sociedad en la que las instituciones, los partidos políticos y los sindicatos estaban dirigidos por hombres y para mayor desgracia, con las pocas mujeres que había en el gobierno tampoco se podía contar, porque defendían las mismas políticas que sus compañeros de partido.

Sólo les quedaba la protesta y la movilización. Y fue en Asturias, tierra de mujeres fuertes y convencidas, donde saltó la chispa. La Tertulia Feminista “Les Comadres” y la asociación Mujeres por la Igualdad de Barredos se reunieron días después de la aprobación el 20 de diciembre del anteproyecto de ley y pusieron en marcha lo que hoy se conoce como el “Tren de La Libertad”.

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La casualidad quiso que el día que el tren partía coincidiera con unos días de retiro que el gobierno y su partido se habían tomado en Valladolid, para marcar estrategias y ampliar su dominio fuera de las fronteras, hacia Europa. Inmersos en su fiebre de conquista se hallaban, cuando el tren hizo su primera parada, allí mismo, a sus puertas. Las mujeres bajaron ataviadas con prendas de color lila, cargadas de pancartas con leyendas reivindicativas, portaban también megáfonos que ampliaban sus voces y multiplicaban sus mensajes de rechazo.

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La siguiente parada fue Madrid, la ciudad donde tenía su sede el gobierno central. Una ciudad que si bien fue ejemplo de progreso y modernidad en otra época, con el paso de los años y los sucesivos gobiernos regionales y locales se había convertido en un lugar gris, icono del mayor de los conservadurismos.

En la estación de Atocha aguardaba una gran sorpresa a las mujeres asturianas: decenas de miles de mujeres que se habían desplazado desde distintos puntos del país hasta allí, para recibirlas y acompañarlas en una lucha que era la de todas. Se fueron sumando mujeres de todo tipo, lugares y perfiles, heterosexuales, lesbianas y bisexuales, obreras y empresarias, pobres y menos pobres, tenderas, enfermeras, camareras, médicas, costureras, abogadas, profesoras, periodistas, mujeres del mundo de la cultura… hasta las actrices que terminaron haciendo una película de gran éxito en los cines. También fueron muchos los hombres que se animaron a acudir, hombres que querían mujeres tan libres como ellos, compañeras, iguales.

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El Tren de la Libertad sí que fue capaz de traspasar fronteras. Fue determinante la solidaridad de las mujeres de otros países y lugares, entre ellas destacaron las parisinas cuyas manifestaciones también llenaron las calles.

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El tren continuó su marcha, fue un largo camino, años enérgicos, rebosantes de lucha y de ilusión.

Y fue así como aquello que comenzó siendo una protesta que pedía la retirada de un anteproyecto de ley al grito de “nosotras parimos, nosotras decidimos” o “sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios” terminó convirtiéndose en historia. La cuarta ola de la historia del movimiento feminista estaba en marcha y esta vez, venía en tren y veloz.

La historia nos da lecciones de vida, nos enseña que cuando todo parece estar perdido y las soluciones se ven lejanas, entonces salta esa chispa de la solidaridad capaz de unir las fuerzas y las energías de muchas personas y hasta derrocar gobiernos para cambiar el rumbo y reconquistar derechos.

APL
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