lunes, 3 de febrero de 2014

La historia de un tren llamado Libertad

Corría el año 2014 en una Europa desolada, secuestrada por malos gobernantes y presa de un capitalismo salvaje que campaba a sus anchas por casi todo el territorio. El viejo continente que fuera referencia de conquistas sociales y fiel garante de libertades y derechos estaba irreconocible.

Conflictos y emociones que quedaron sin resolver aquellos lejanos años de guerra, asomaban de nuevo como luces intermitentes que anunciaban un giro inminente. Las viejas doctrinas neoliberales habían permanecido en el subsuelo político y económico hasta saltar como una mina que estalla a la superficie. Se valieron de una democracia tocada, una política desprestigiada y unas instituciones noqueadas.

Entre los países más castigados, como siempre, los del sur. Allí la gente empezaba a salir de sus casas para protestar, se produjeron revueltas y enfrentamientos callejeros que, en muchas de las ocasiones, dejaron personas heridas de muerte.

Al sur del sur europeo estaba España, un reino que sufría las consecuencias de cinco años consecutivos de crisis económica. A diario había desahucios, altísimas tasas de paro que llegaron a alcanzar el 25% de la población, cierre masivo de fábricas y empresas, la asfixia económica de familias enteras hizo caer por los suelos los niveles de consumo, el deterioro y privatización de servicios básicos públicos, como la sanidad o la enseñanza, estaban a la orden del día, incluso subieron los índices de suicidio.

La decepción del pueblo español con la izquierda política había propiciado, años antes, unas urnas con demasiada proporción de sobres azules, que se tradujeron en un gobierno liderado por el conservador Partido Popular. Un partido que aglutinaba prácticamente a toda la derecha, desde la más moderada hasta la ultraderecha descendiente directa del gobierno de la dictadura del General Franco. Los patronos y la Iglesia Católica, como antaño, tenían alta cuota de representación en los ministerios. Y cuando llegaron al poder absoluto, metieron en un cajón el programa electoral con el que consiguieron engañar al pueblo en las fatídicas elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, e iniciaron una trasformación ideológica del país, una verdadera regresión. Cuando los habitantes del reino se vinieron a dar cuenta a España ya tampoco la reconocía ni dios.

Un buen día se produjo uno de esos hechos que terminan desencadenando una enorme reacción ciudadana. Y fue que, al entonces Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, no se le ocurrió otra cosa que  tocarles los ovarios a las mujeres.

Quiso este ministro, de estirpe cercana al franquismo y educado en una estricta y profunda moral católica, meter las narices allí donde no le llamaban, en la maternidad y la libertad de las propias mujeres a elegirla. Se afanó en imponer una ley que convertía el derecho de las mujeres a la interrupción legal del embarazo en un delito que podría ser despenalizado sólo en algunos casos muy restringidos y específicos, entre los que no se contemplaban ni siquiera el caso de malformación del feto.

La sociedad española tenía una larga trayectoria patriarcal que nunca consiguió superar del todo. Las mujeres que trabajaban, lo hacían en una situación de inferioridad económica, de menor estabilidad y con unos riesgos importantes de perder el empleo, precisamente cuando elegían ser madres o disfrutar de algún derecho derivado de la maternidad.
Las que no trabajaban, soportaban las cargas familiares cada día con menos ayuda por parte del estado, y estiraban como el chicle los escasos ingresos que entraban en casa para poder sobrevivir. La asistencia a personas con dependencia y la educación de los hijos se habían convertido en un lujo. Las becas de estudio se habían casi eliminado, mientras el material escolar y las matrículas subían cada vez más. El precio de la luz y hasta el de la bombona de gas estaban ya por las nubes.

Tenían además otros problemas verdaderamente graves que superaban los laborales o económicos, sufrían la violencia machista. Más de 700 mujeres habían sido asesinadas durante la última década.

Aburridas, hartas, cansadas, e indignadas, las intenciones del Ministro de Justicia fueron la gota que colmó el vaso. Eran conscientes además de que no tenían capacidad de decisión en una sociedad en la que las instituciones, los partidos políticos y los sindicatos estaban dirigidos por hombres y para mayor desgracia, con las pocas mujeres que había en el gobierno tampoco se podía contar, porque defendían las mismas políticas que sus compañeros de partido.

Sólo les quedaba la protesta y la movilización. Y fue en Asturias, tierra de mujeres fuertes y convencidas, donde saltó la chispa. La Tertulia Feminista “Les Comadres” y la asociación Mujeres por la Igualdad de Barredos se reunieron días después de la aprobación el 20 de diciembre del anteproyecto de ley y pusieron en marcha lo que hoy se conoce como el “Tren de La Libertad”.

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La casualidad quiso que el día que el tren partía coincidiera con unos días de retiro que el gobierno y su partido se habían tomado en Valladolid, para marcar estrategias y ampliar su dominio fuera de las fronteras, hacia Europa. Inmersos en su fiebre de conquista se hallaban, cuando el tren hizo su primera parada, allí mismo, a sus puertas. Las mujeres bajaron ataviadas con prendas de color lila, cargadas de pancartas con leyendas reivindicativas, portaban también megáfonos que ampliaban sus voces y multiplicaban sus mensajes de rechazo.

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La siguiente parada fue Madrid, la ciudad donde tenía su sede el gobierno central. Una ciudad que si bien fue ejemplo de progreso y modernidad en otra época, con el paso de los años y los sucesivos gobiernos regionales y locales se había convertido en un lugar gris, icono del mayor de los conservadurismos.

En la estación de Atocha aguardaba una gran sorpresa a las mujeres asturianas: decenas de miles de mujeres que se habían desplazado desde distintos puntos del país hasta allí, para recibirlas y acompañarlas en una lucha que era la de todas. Se fueron sumando mujeres de todo tipo, lugares y perfiles, heterosexuales, lesbianas y bisexuales, obreras y empresarias, pobres y menos pobres, tenderas, enfermeras, camareras, médicas, costureras, abogadas, profesoras, periodistas, mujeres del mundo de la cultura… hasta las actrices que terminaron haciendo una película de gran éxito en los cines. También fueron muchos los hombres que se animaron a acudir, hombres que querían mujeres tan libres como ellos, compañeras, iguales.

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El Tren de la Libertad sí que fue capaz de traspasar fronteras. Fue determinante la solidaridad de las mujeres de otros países y lugares, entre ellas destacaron las parisinas cuyas manifestaciones también llenaron las calles.

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El tren continuó su marcha, fue un largo camino, años enérgicos, rebosantes de lucha y de ilusión.

Y fue así como aquello que comenzó siendo una protesta que pedía la retirada de un anteproyecto de ley al grito de “nosotras parimos, nosotras decidimos” o “sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios” terminó convirtiéndose en historia. La cuarta ola de la historia del movimiento feminista estaba en marcha y esta vez, venía en tren y veloz.

La historia nos da lecciones de vida, nos enseña que cuando todo parece estar perdido y las soluciones se ven lejanas, entonces salta esa chispa de la solidaridad capaz de unir las fuerzas y las energías de muchas personas y hasta derrocar gobiernos para cambiar el rumbo y reconquistar derechos.

APL
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