viernes, 13 de abril de 2012

El “señor” con taparrabos


Advertencia
El siguiente post puede herir la sensibilidad de personas creyentes, practicantes o no, personas convencidas de, o por la religión cristiana, católica, apostólica y romana, personas vinculadas al mundo eclesiástico, ni que decir de obispos, curas, monjes y monjas.

A estas alturas no es ningún secreto mi condición agnóstica. Sin embargo debo confesar que esta semana santa (“santísima y santificada” donde las haya), he ido “a ver pasos”, sí, efectivamente, por motivos estrictamente personales y voluntarios, me ha apetecido, después de 20 años, ver la semana santa de mi ciudad, Sevilla.

La he vivido como observadora, como testigo de un espectáculo que es seña de identidad de esta tierra. He disfrutado el ambiente, las luces, el olor, la música, los espacios…todo y debo decir que mucho.

Quiero mostrar mi mayor respeto hacia las personas que asisten como yo lo he hecho , por puro placer, las que lo hacen por creencia o por pura penitencia. Sin embargo, ni quiero ni puedo evitar otros puntos de vista, otras perspectivas, bien distintas.

Mi compromiso como persona de izquierdas (o “roja”) y mi condición feminista (cuestiones ambas que ya mismo les dará también por prohibir), me llevan a abstraerme en determinados momentos del espectáculo en sí, y me sumergen en un análisis muy particular del entorno.

Para empezar y por ver así, a grosso modo, la estampa,  ¿Cómo se puede pasear la imagen de un señor prácticamente “en bolas” por las calles de una ciudad sin que nadie se escandalice? ¿Y ella? tapadísima, tan sólo al descubierto el óvalo facial y las pálidas manos.

El vestuario de ella lleno de encajes, oropeles, abalorios, coronas y rosarios y hasta espadas clavadas simbolizando el dolor. Rococó absoluto para adornar la virginal imagen de la mujer. Para él un simple y diminuto “taparrabos” es suficiente.

A la vista queda el tallado cuerpo de Cristo, una verdadera obra de arte que define en cada trazo, tendones, venas, músculos, piel, sangre y cabello. Si intentamos adivinar el cuerpo de ella, no podremos. Pero si tenemos oportunidad de verla sin vestir nos encontraremos con un palo de madera. A eso se reduce el cuerpo de todas las “vírgenes” que procesionan.

Me pregunto si esta mutilación casi íntegra tendrá que ver con el concepto de mujer que tiene la institución que saca a la calle tales figuras. Para la Iglesia Católica el cuerpo de la mujer siempre fue icono del pecado. Tanto es así que no puede ni materializarlo en algo visible.

En realidad, no sólo el cuerpo de cualquier fémina, sino ella en sí. Por eso debe ser también que la participación de la mujer en estas entidades es simbólica y además, muy concreta. Desempeñando el papel de “sirvientas servidoras”. Ese rol tan potenciado por la España rancia y que ahora estamos a un tris de recuperar
.

En consonancia con ese rol femenino de mujer virginal, cuidadora, sanadora, prudente, sometida diría yo…nos topamos con el perfil de hombre que, no digo que en exclusiva, pero sí que predomina demasiado en este entorno. El hombre fuerte y de pelo en pecho que hace la “levantá”, las bases que representan esos hombres, capaces de soportar sobre sus hombros tan supremo peso durante largas horas. A otro nivel los gerifaltes, con sus patillas, embutidos en sus trajes, gomina en cabello, perfumes inimitables y corbatas imposibles.

Cada vez que me topo con este ambiente recuerdo una de las reflexiones de uno de mis mejores amigos: “fíjate como es la Iglesia de astuta, se las han apañado para, delante todo el mundo, comer los mejores manjares y beber el mejor vino, llamándolo cuerpo y sangre de Jesucristo”.


El día que vea mujeres dirigiendo pasos,
Papisas gobernando el Estado del Vaticano,
mujeres ocupando la santa sede,
vírgenes con su cuerpos reales,
con sus hoyitos de celulitis y barriguitas propias del post-parto,
costaleros depilados y gays….

..entonces, quizás entonces, empezaré a pensarme si “creer que Dios existe”.

APL.


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